¿Por qué existe el sufrimiento y qué sentido tiene en la vida cristiana?
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Una de las preguntas más profundas que me han hecho a lo largo de mi ministerio es: “Padre, si Dios es amor, ¿por qué existe el sufrimiento?”. El dolor toca a todos: enfermedades, pérdidas, traiciones, injusticias, angustias interiores. Nadie está exento. Pero la verdadera pregunta no es solo por qué existe, sino qué sentido tiene el sufrimiento a la luz de la fe.
Quiero compartir contigo una experiencia que viví acompañando a una familia en un momento de dolor desgarrador, y cómo, a través de esa historia, descubrimos juntos que el sufrimiento, aunque misterioso, puede convertirse en un camino de redención y esperanza en Cristo.
La historia de Elsa y su familia
Hace algunos años, recibí una llamada de madrugada. Una joven madre, Elsa, había perdido a su hijo pequeño en un accidente inesperado. Cuando llegué a su casa, el silencio era denso, roto solo por los sollozos. Marta me miró con los ojos llenos de lágrimas y me dijo: “Padre, ¿dónde está Dios ahora? ¿Por qué permite esto?”.
No tenía respuestas fáciles, porque frente al dolor verdadero no existen frases mágicas que lo hagan desaparecer. Lo único que pude hacer en ese momento fue sentarme a su lado, tomar su mano y llorar con ella.
Con el paso de los días, acompañando a Elsa y a su esposo, fuimos redescubriendo poco a poco que, aunque el sufrimiento hiere, no tiene la última palabra.
El sufrimiento: herida del pecado en el mundo
La primera verdad que debemos reconocer es que el sufrimiento no fue parte del plan original de Dios. La Sagrada Escritura nos enseña que la creación fue hecha “muy buena”, pero con el pecado entraron la muerte, la enfermedad y el dolor.
Por eso decimos que el sufrimiento es consecuencia de un mundo herido por el pecado. No siempre se trata de un pecado personal, sino de una herida universal que afecta a toda la humanidad.
Jesús mismo, siendo el Hijo de Dios, no estuvo exento de padecer. Esto nos muestra que el dolor no significa ausencia de Dios, sino que puede ser lugar de encuentro con Él.
Cristo transforma el sufrimiento en redención
Lo que cambia todo es que Cristo tomó sobre sí el sufrimiento humano. En la cruz, Él cargó no solo con nuestros pecados, sino también con nuestro dolor. Como dice la Escritura: “Él llevó nuestras enfermedades, cargó con nuestros dolores” (Isaías 53,4).
El sufrimiento, entonces, deja de ser un callejón sin salida y se convierte en camino de redención. No porque el dolor en sí mismo sea bueno, sino porque, unido a la cruz de Cristo, adquiere un sentido nuevo: se transforma en ofrenda, en semilla de vida, en puente hacia la esperanza.
Así lo fue comprendiendo Elsa. Entre lágrimas, me decía: “No entiendo por qué pasó, pero sé que mi hijo está en los brazos de Dios y eso me da paz”.
El sufrimiento como oportunidad de crecimiento interior
Con el tiempo, Elsa y su familia empezaron a descubrir que su dolor también los había hecho más sensibles al sufrimiento de otros. Fundaron un pequeño grupo de apoyo para padres que habían perdido hijos. Aquello que fue su herida más grande se transformó en fuente de consuelo para otros.
San Pablo lo expresó de manera bellísima: “Dios nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier tribulación, con el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios” (2 Corintios 1,4).
Esto es un misterio de fe: el sufrimiento, lejos de encerrarnos en la desesperación, puede abrirnos a la solidaridad, a la compasión y al amor verdadero.
Vivir el sufrimiento con esperanza
No podemos negar que el sufrimiento duele, hiere y muchas veces desconcierta. Pero la fe nos enseña tres actitudes fundamentales para vivirlo:
- Aceptar nuestra fragilidad: Reconocer que no controlamos todo y necesitamos a Dios.
- Unir nuestro dolor a la cruz de Cristo: No sufrir solos, sino permitir que Cristo sufra con nosotros.
- Abrirnos a la esperanza de la resurrección: Recordar que después de la cruz viene la vida nueva.
Como dijo Jesús a sus discípulos: “En el mundo tendréis tribulación, pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (Juan 16,33).
El sufrimiento no tiene la última palabra
Hoy puedo decirte con certeza: el sufrimiento existe porque vivimos en un mundo herido, pero en Cristo tiene sentido. Él no nos libra mágicamente del dolor, pero sí nos da la fuerza para atravesarlo con esperanza.
La historia de Elsa es la de muchos: el dolor nunca se olvida, pero puede convertirse en semilla de fe y de amor. Dios no nos abandona en el sufrimiento; al contrario, se acerca más que nunca a nosotros.
Y ahí, donde parece que todo termina, empieza la verdadera esperanza: la promesa de que un día “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni dolor” (Apocalipsis 21,4).
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