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¿Qué significa tener libertad si Dios ya conoce mi destino?

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Una de las preguntas que más inquieta a los creyentes es esta: “Si Dios ya sabe todo, incluso mi futuro, ¿de verdad soy libre?”. A primera vista, parece una contradicción. Si Dios conoce mis decisiones antes de que yo las tome, ¿no significa que ya está todo escrito y yo solo sigo un guión?

Hoy quiero compartir contigo una reflexión nacida de mi experiencia pastoral, y para ello usaré la historia de una mujer que acompañé durante años en su camino espiritual. Su proceso nos ayudará a comprender que la libertad humana y la omnisciencia divina no se contradicen, sino que se complementan de manera misteriosa y hermosa.

La historia de Clara: entre el miedo y la confianza

Clara era una mujer de unos 40 años que venía con frecuencia a conversar conmigo. Había crecido en la fe, pero arrastraba una angustia muy particular:

“Padre —me decía—, siento que mi vida ya está escrita. Si Dios lo sabe todo, incluso mis errores, ¿de qué sirve que me esfuerce? ¿De verdad soy libre o solo estoy cumpliendo lo que Él decidió?”.

Ese sentimiento la llevaba a vivir con miedo, casi paralizada. Tenía talentos, pero no los desarrollaba por temor a equivocarse; quería tomar decisiones, pero no lo hacía porque pensaba que “Dios ya lo había dispuesto”. En su corazón, confundía la omnisciencia de Dios con un destino rígido e inmutable.

Dios conoce, pero no manipula

Lo primero que conversamos fue lo siguiente: el conocimiento de Dios no es control, sino amor.

Le expliqué a Clara que la Biblia nos revela un Dios que “ve” todo, incluso lo que aún no ocurre, pero que jamás nos quita la libertad. Su conocimiento no es como el de un titiritero que mueve hilos, sino como el de un Padre que contempla con ternura a sus hijos y los acompaña en su camino.

San Pablo lo expresa así: “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17,28). Dios nos sostiene en la existencia, pero deja que seamos nosotros quienes decidamos cómo caminar.

Cuando Clara entendió que el hecho de que Dios lo sepa todo no significa que manipule nuestras acciones, comenzó a respirar más tranquila.

La libertad como don precioso

Le dije también que la libertad es uno de los dones más grandes que Dios nos ha regalado. No somos robots programados para obedecer; somos hijos amados capaces de responder con libertad.

Jesús mismo lo subrayó: “Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8,32). La fe no esclaviza, sino que libera.

La verdadera libertad no consiste en “hacer lo que me dé la gana”, sino en elegir el bien, en orientarme hacia aquello que me hace plenamente humano y me acerca a Dios. Cuando uso mal mi libertad, experimento las consecuencias del pecado; cuando la uso bien, descubro la plenitud del amor.

El misterio de la providencia

El tema que más inquietaba a Clara era la relación entre la libertad y el plan de Dios. ¿Cómo puede haber un “plan” si yo soy libre?

Aquí entra en juego un concepto maravilloso: la providencia divina. Dios tiene un plan de amor para cada uno, pero ese plan no es una cadena, sino un horizonte. Él conoce el camino, conoce incluso mis desvíos, pero siempre puede escribir recto con renglones torcidos.

Le puse un ejemplo sencillo: “Clara, piensa en un GPS. Tú eliges por dónde ir. Si te desvías, el GPS recalcula. Así es Dios: sabe el destino al que quiere llevarte —la plenitud de la vida en Cristo—, pero respeta tus decisiones y siempre te ofrece caminos para volver a Él”.

Ese ejemplo la hizo sonreír. Por primera vez entendió que su vida no estaba encadenada, sino acompañada.

Confiar en Dios sin perder la libertad

El proceso de Clara fue hermoso. Poco a poco empezó a tomar decisiones que antes temía: volvió a estudiar, se animó a servir en la parroquia, y sobre todo, aprendió a confiar en que Dios la conocía, la amaba y la acompañaba, sin anular su libertad.

Un día me dijo: “Padre, ahora entiendo: Dios ya sabe mi destino, pero no porque me obligue a seguir un camino, sino porque me ama tanto que ya me ve llegando a Él, aunque yo todavía esté caminando”.

Y le respondí con un pasaje que resume esta verdad: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Romanos 8,28).

Libertad y amor en el corazón de Dios

Querido hermano, querida hermana, tener libertad no contradice el hecho de que Dios conozca tu destino. Más bien, es signo de que su amor es verdadero. Un amor que controla no es amor; un amor que respeta y acompaña, sí lo es.

Dios ya conoce tu destino porque su deseo más profundo es que vivas en plenitud con Él. Pero el camino hasta allí lo recorres tú, con tus elecciones, tus luchas y tus victorias. Él te ofrece la gracia, la luz y la fuerza; tú decides cómo responder.

En ese misterio se esconde la belleza de la vida cristiana: somos libres de elegir, pero nunca estamos solos en el camino.

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