San Francisco Javier
San Francisco Javier es, sin duda, uno de los gigantes espirituales de la historia de la Iglesia. Su vida es un testimonio ardiente del mandato de Cristo: “Vayan y hagan discípulos a todas las naciones” (Mt 28,19). Dejó patria, familia, honores y toda seguridad humana para lanzarse, sin reservas, a evangelizar los rincones más lejanos del mundo, llevando la luz del Evangelio a Asia con una pasión tan encendida que su corazón aún arde en la historia de la misión cristiana.
Primeros años y conversión del corazón
Francisco Javier nació el 7 de abril de 1506 en el castillo de Javier, en Navarra (España), en el seno de una familia noble. Desde joven destacó por su inteligencia y fue enviado a estudiar a la Universidad de París, donde conoció a Íñigo de Loyola, el futuro San Ignacio de Loyola. Este encuentro marcó su vida para siempre.
San Ignacio, con su sabiduría espiritual y firmeza apostólica, fue un instrumento decisivo en la conversión de Francisco. La famosa frase que le repetía —“¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?” (cf. Mc 8,36)— penetró en su corazón como espada afilada. Así, Francisco abandonó sus ambiciones mundanas y se unió al pequeño grupo que formaría la Compañía de Jesús.
En 1534, junto a Ignacio y otros compañeros, hizo votos de pobreza, castidad y obediencia en la capilla de Montmartre. Fue ordenado sacerdote en 1537 y, poco después, enviado como misionero a las Indias Orientales.
Misionero incansable del Evangelio
El rey de Portugal solicitó misioneros para las colonias en el Oriente, y el Papa Pablo III nombró a Francisco Javier nuncio apostólico para las Indias. En 1541, partió hacia Goa (India), donde comenzó una de las epopeyas misioneras más extraordinarias de la historia de la Iglesia.
Durante más de una década, evangelizó la India, Sri Lanka, Malasia, Indonesia, las islas Molucas, y finalmente Japón, donde aprendió la lengua local y sembró la fe con paciencia y humildad. Se calcula que bautizó a más de 30,000 personas en su misión.
Su vida era una mezcla de oración profunda, trabajo incansable, servicio a los más pobres y un ardor apostólico que lo consumía. Dormía poco, caminaba largas distancias, y jamás perdía la alegría interior que provenía de su amor por Cristo.
Quiso llevar el Evangelio también a China, pero al llegar a la isla de Sanchón (Shangchuan), frente a las costas del gigante asiático, enfermó gravemente y murió el 3 de diciembre de 1552, completamente solo, a los 46 años. Su cuerpo, milagrosamente incorrupto, fue trasladado a Goa, donde se venera hasta el día de hoy.
El santo de las misiones
La Iglesia ha reconocido en San Francisco Javier un modelo supremo de celo misionero. Fue canonizado en 1622, el mismo día que su gran amigo San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, San Isidro Labrador y San Felipe Neri.
En 1927, el Papa Pío XI lo proclamó Patrono de las Misiones junto con Santa Teresita del Niño Jesús. Francisco representa la dimensión activa y extrovertida de la misión; Teresita, la dimensión contemplativa. Ambos muestran que el corazón de la misión es el amor, vivido con radicalidad.
Fecha de celebración litúrgica
La fiesta litúrgica de San Francisco Javier se celebra el 3 de diciembre, fecha de su muerte y entrada en la gloria eterna. Ese día, la Iglesia recuerda su vida heroica, su entrega total a Cristo y su ardiente deseo de salvar almas. Es una fecha especialmente significativa para los misioneros y las congregaciones religiosas que trabajan en tierras de misión.
En muchos países de Asia, especialmente en la India, Filipinas y Japón, se organizan procesiones, vigilias, novenas y celebraciones solemnes en su honor. Su legado sigue vivo en cada misión católica que florece bajo su intercesión.
Oración profunda a San Francisco Javier
Oh glorioso San Francisco Javier,
llama ardiente del amor de Cristo,
que cruzaste mares y montañas,
tierras inhóspitas y corazones cerrados,
para llevar la luz del Evangelio a quienes no conocían a Dios,
intercede por nosotros ante el trono del Altísimo.
Tú que no buscaste gloria ni aplausos,
sino sólo almas para Dios,
haznos comprender la urgencia del Reino,
el valor de una sola alma,
la belleza de entregarlo todo por Cristo.
Enséñanos a salir de nuestras comodidades,
a dejar nuestras seguridades,
y a anunciar, con nuestra vida,
la esperanza que no defrauda.
Protege a los misioneros,
fortalece a los perseguidos,
consuela a los que se sienten solos en tierras lejanas
por amor a Jesús.
Y a nosotros, que quizás no hemos sido llamados a cruzar fronteras,
concédenos un corazón misionero,
un espíritu generoso,
y un amor que no conoce fronteras ni condiciones.
Ruega por nosotros, San Francisco Javier,
para que algún día, junto a ti,
podamos cantar eternamente la gloria del Dios
que envió a su Hijo para salvar al mundo.
Amén.