San Juan Evangelista
San Juan Evangelista, hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor, fue uno de los doce apóstoles elegidos por Jesucristo. Su figura destaca entre los Doce no solo por su cercanía humana con el Maestro, sino por la profundidad espiritual con la que comprendió y transmitió el misterio de Cristo.
Fue llamado desde joven a seguir al Señor, y su respuesta fue inmediata. Se convirtió en testigo de los momentos más íntimos de la vida de Jesús, y su Evangelio, el cuarto, es una joya mística que revela la identidad divina de Cristo con una claridad única.
La Iglesia lo reconoce como Apóstol, Evangelista, Teólogo y Mártir espiritual, aunque fue el único de los Doce que no murió por derramamiento de sangre. Su vida fue una larga contemplación del Amor, y su legado espiritual ha marcado profundamente la teología cristiana.
Llamado por Cristo
San Juan era pescador, natural de Betsaida o Cafarnaúm, en la región de Galilea. Trabajaba junto a su padre y su hermano Santiago, en las orillas del lago. Fue uno de los primeros discípulos llamados por Jesús, junto con Pedro y Andrés. El Evangelio indica que antes de seguir a Jesús, Juan fue discípulo de Juan el Bautista, lo cual revela su búsqueda sincera del Mesías.
Jesús lo llamó y él dejó las redes inmediatamente. Desde entonces, Juan fue testigo privilegiado del misterio de Cristo, junto con Pedro y su hermano Santiago: estuvieron en la Transfiguración, en la resurrección de la hija de Jairo, y en la agonía en Getsemaní.
El discípulo amado
Entre los apóstoles, Juan tuvo una relación especial con Jesús. El cuarto Evangelio —atribuyéndose con humildad al «discípulo a quien Jesús amaba»— muestra cómo Juan fue el más íntimo de los amigos de Cristo. Durante la Última Cena, se recostó en el pecho del Señor, un gesto de confianza y cercanía profunda.
Y en el momento más doloroso, la crucifixión, Juan fue el único de los Doce que permaneció al pie de la cruz, junto con María y otras mujeres fieles. Allí, Jesús le confió a su Madre, diciendo:
«Mujer, he ahí a tu hijo… He ahí a tu madre» (Jn 19,26-27).
Desde entonces, Juan acogió a la Virgen María como propia madre, y la tradición lo vincula con su cuidado en Éfeso.
Evangelista del Verbo
San Juan escribió el cuarto Evangelio, que difiere de los tres sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) por su carácter teológico, simbólico y místico. Comienza con un himno sublime:
«En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios… Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,1.14).
En sus páginas, Juan revela con profundidad única la divinidad de Cristo, la unidad con el Padre, el papel del Espíritu Santo, y el llamado a permanecer en el amor. Sus relatos están cargados de signos: el agua, la luz, el pan, la vid… Todo nos habla de la vida divina que se comunica al creyente.
Además del Evangelio, San Juan es autor de tres Cartas en las que insiste con fuerza en el mandamiento del amor como sello del cristiano:
«Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios» (1 Jn 4,16).
También se le atribuye el Libro del Apocalipsis, revelación profética escrita durante su exilio en la isla de Patmos, donde fue desterrado por predicar el Evangelio.
Últimos años y muerte
Tras la ascensión de Cristo y Pentecostés, San Juan vivió muchos años, posiblemente hasta el año 100 d.C. Predicó y fundó comunidades cristianas, especialmente en Asia Menor, donde fue obispo de Éfeso. Allí cuidó de la Iglesia naciente y enseñó con fuerza la fe verdadera, combatiendo herejías que negaban la encarnación de Cristo.
Durante la persecución del emperador Domiciano, fue arrestado y exiliado en Patmos, donde recibió la visión del Apocalipsis. Según una antigua tradición, fue arrojado a una olla de aceite hirviendo en Roma, pero salió ileso, motivo por el cual es considerado mártir espiritual.
Murió en paz, a edad avanzada, en Éfeso. Su tumba se venera allí, y su memoria permanece viva en toda la Iglesia.
Fiesta litúrgica
La fiesta de San Juan Evangelista se celebra el 27 de diciembre, dentro de la octava de Navidad, como un signo hermoso: el discípulo amado contempló al Verbo hecho carne con más profundidad que nadie, y su fiesta se inserta en la alegría del nacimiento del Salvador.
La liturgia lo presenta como el apóstol del amor, de la contemplación y de la fidelidad, y nos invita a acoger la Palabra, a vivir en comunión con Cristo y con nuestros hermanos.
Iconografía y patronazgos
San Juan es representado comúnmente con un águila, símbolo de su Evangelio que vuela alto en la contemplación del misterio. También se le representa escribiendo, con un libro abierto, y a veces con un cáliz, aludiendo a una tradición según la cual bebió un veneno sin morir, por lo que también es patrón contra envenenamientos.
Es patrono de teólogos, escritores, editores, místicos, y de la amistad espiritual.
Oración profunda a San Juan Evangelista
Oh San Juan,
discípulo amado del Señor,
tú que reclinaste tu cabeza en el pecho de Jesús,
enséñanos a escuchar los latidos del Verbo encarnado
y a vivir en comunión con su corazón.
Tú que permaneciste fiel al pie de la cruz,
danos la gracia de no huir del sufrimiento,
sino de abrazarlo como ofrenda de amor.
Haz que, como tú, recibamos a María como madre,
y la llevemos a nuestro hogar espiritual.
Oh apóstol de la luz,
haz que vivamos como hijos de la verdad,
lejos del odio y del engaño.
Oh evangelista del amor,
enséñanos que quien ama ha nacido de Dios
y permanece en Él para siempre.
Tú que escribiste lo que viste con tus ojos
y tocaste con tus manos,
danos un amor concreto y una fe viva,
para que nuestras vidas sean también
Evangelios abiertos que anuncian al mundo
que Dios es amor,
y que el Verbo se hizo carne.
San Juan, protector de los corazones contemplativos,
guía a la Iglesia hacia la comunión,
y ruega por nosotros.
Amén.