Natividad de Nuestro Señor Jesucristo
La Natividad de Nuestro Señor Jesucristo —popularmente conocida como Navidad— no es solo una festividad cristiana, es el corazón mismo de la historia de la salvación, el día en que el Verbo eterno de Dios se hizo carne y vino a habitar entre nosotros.
Celebramos que el Dios invisible se hizo visible, que el Omnipotente se hizo débil, que la Palabra se hizo Niño y fue acostada en un pesebre, abriendo para el mundo el camino del amor, la humildad y la redención.
En la noche de Belén se cumple la antigua promesa:
“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz” (Isaías 9,1)
“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1,14)
Una fiesta que nace en el corazón de la Iglesia
La solemnidad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo se celebra el 25 de diciembre, fecha fijada por la Iglesia en el siglo IV, no por razones históricas exactas, sino por razones teológicas y litúrgicas. En el mundo romano, el 25 de diciembre se celebraba el “Sol Invictus”, fiesta pagana del sol que no muere. Los cristianos, con sabiduría, consagraron ese día para honrar al verdadero Sol que nace de lo alto: Jesucristo, Luz del mundo.
Desde entonces, el 25 de diciembre ha sido día de alegría, adoración y gratitud, y su celebración ha dado lugar a innumerables expresiones culturales, litúrgicas, artísticas y populares.
Pero más allá de las tradiciones, la Navidad es el nacimiento real y eterno del amor de Dios hecho hombre. Es la humildad de un Dios que no se impone, sino que se entrega en brazos de una madre pobre y sencilla.
El misterio del pesebre
Jesús nació en Belén de Judá, según las Escrituras. Su madre, la Virgen María, junto a San José, llegaron a la ciudad por orden del censo, pero no encontraron lugar en la posada, y por eso María dio a luz a su Hijo en un establo, y lo acostó en un pesebre.
Este hecho, que podría parecer una pobreza accidental, es en realidad elocuente en su significado teológico:
- Dios se hace pequeño, para no asustarnos.
- Dios se hace pobre, para enriquecernos con su gracia.
- Dios se hace vulnerable, para entrar en nuestra humanidad herida.
El pesebre, centro visual de la Navidad, representa al mundo que acoge a Dios sin saberlo, y a la vez, el altar donde se nos da el Pan de Vida. Por eso, muchos Padres de la Iglesia vieron en el pesebre un símbolo de la Eucaristía, donde Cristo se nos da como alimento espiritual.
La liturgia de la Navidad
La Iglesia celebra la Natividad del Señor con cuatro Misas propias:
- Misa de la Vigilia (24 de diciembre por la tarde)
- Misa de Medianoche, también llamada Misa del Gallo
- Misa de la Aurora
- Misa del Día
Cada una resalta un aspecto del misterio:
- En la noche, se contempla la luz que brilla en la oscuridad.
- En la aurora, se proclama la esperanza naciente.
- En el día, se canta la gloria del Verbo eterno hecho carne.
Los textos bíblicos, los himnos y las oraciones nos conducen al asombro ante la Encarnación: el Niño que llora en el pesebre es el Creador del universo. El que no tiene techo es el que construyó los cielos.
Significado espiritual de la Navidad
Celebrar la Navidad es renovar la fe en el Dios cercano, el Dios-con-nosotros, el Emmanuel. No es solo un recuerdo piadoso del pasado, sino una actualización litúrgica del nacimiento eterno de Cristo en el alma creyente.
San León Magno decía:
“Cristiano, reconoce tu dignidad. Has sido hecho partícipe de la naturaleza divina.”
Y San Agustín enseñaba:
“Cristo nació una vez en la carne, pero quiere nacer siempre en tu corazón.”
Navidad es, por tanto, una llamada a acoger a Cristo con el corazón limpio, como María lo acogió en su vientre y José en su hogar. Es una llamada a vivir la humildad, la ternura, la sencillez y la alegría profunda, que solo nacen del encuentro con el Amor hecho carne.
Obras de misericordia en Navidad
La Navidad es también tiempo de caridad concreta. Así como Cristo se hizo pobre por nosotros, los cristianos estamos llamados a:
- Visitar a los solos y enfermos.
- Ayudar a los migrantes y refugiados, como la Sagrada Familia en su huida a Egipto.
- Compartir el pan con quien no tiene.
- Perdonar y reconciliarnos.
- Orar por quienes sufren violencia o persecución.
El Niño de Belén no pide regalos, sino que lo amemos en los pobres, en los débiles, en los niños sin hogar.
Oración profunda por la Natividad del Señor
Oh Jesús, Luz eterna nacida en la noche del mundo,
tú que dejaste el trono de gloria para habitar entre los hombres,
ven y nace hoy en nuestro corazón.
Tú que fuiste recostado en un pesebre,
nace en nuestras miserias,
visita nuestras tinieblas,
y haz de nuestra vida un altar para tu amor.
Oh Niño Dios,
haznos pequeños contigo,
haznos pobres contigo,
haznos mansos contigo,
para que podamos ver tu rostro en cada rostro herido.
Tú que naces en silencio,
rompe el ruido de nuestras dudas.
Tú que naces en pobreza,
rompe la dureza de nuestras riquezas.
Tú que naces para salvar,
rompe las cadenas de nuestro pecado.
Oh María, Virgen Madre,
haznos cuna viva para tu Hijo.
Oh San José, padre justo,
enséñanos a custodiar la presencia de Dios en lo ordinario.
Jesús, Emmanuel,
ven y habita entre nosotros.
Haz de cada hogar un Belén,
de cada corazón una morada,
de cada vida un reflejo de tu paz.
Gloria a ti, Niño divino,
porque siendo eterno, te hiciste tiempo,
y siendo Dios, te hiciste uno de nosotros.
Amén.