para qué estoy en este mundo

¿Para qué estoy en este mundo?, El propósito de la vida según Dios

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Si hoy abriste este artículo con la pregunta “¿para qué estoy en este mundo?”, quiero decirte que no estás solo. Esta es, quizá, la inquietud más profunda del corazón humano. A lo largo de mi experiencia en la escucha he referenciado esa misma pregunta en labios de jóvenes que empiezan su vida, de matrimonios que atraviesan crisis, de ancianos que sienten que sus fuerzas se van acabando, y hasta de niños que con inocencia miran el cielo y preguntan: “Padre, ¿para qué nací?”.

Es una pregunta tan antigua como la humanidad misma. Job, en medio de su sufrimiento, exclamaba:

“¿Por qué salí del vientre para ver sólo penas y dolores?” (Job 3,11).

Y, al mismo tiempo, es la pregunta que puede abrirnos la puerta a una vida llena de sentido. Porque si descubrimos por qué estamos aquí, entonces entendemos también hacia dónde vamos.

Hoy quiero acompañarte en este camino. No te traigo teorías abstractas ni respuestas rápidas, sino la experiencia de la Palabra de Dios, la sabiduría de la Iglesia y muchas historias vividas en mi servicio pastoral.

La mentira del vacío: “Estoy aquí por casualidad”

Vivimos en un tiempo en el que muchos sienten que la vida carece de propósito. He escuchado a personas decir: “Padre, creo que estoy en este mundo por accidente… mi vida no tiene valor”.

El mundo actual, marcado por el materialismo, nos ha hecho creer que sólo somos el resultado de una cadena de reacciones químicas, un producto de la casualidad. Y si la vida es un accidente, entonces el sufrimiento no tiene sentido, la alegría es momentánea y la muerte es el final.

Recuerdo a un joven universitario que llegó a mi despacho después de un intento de suicidio. Entre lágrimas me decía:
—“Padre, siento que mi vida es inútil, que no vine a este mundo para nada”.

Le escuché con paciencia, y después le mostré una verdad que cambió su mirada: ¡no estás aquí por accidente, sino por amor!

La Biblia es clara:

“Antes de formarte en el vientre te elegí; antes de que salieras del seno materno te consagré” (Jeremías 1,5).

Esto quiere decir que tu vida estaba en el corazón de Dios antes de que existieras. Él te soñó, te pensó, te amó primero.

Dios te creó por amor

Cuando me ordené sacerdote, uno de los primeros funerales que celebré fue el de una mujer muy sencilla. En medio del dolor, uno de sus hijos me dijo: “Padre, ¿qué sentido tuvo la vida de mi madre si nunca estudió, nunca viajó, nunca fue reconocida?”.

Y yo le respondí: “Tu madre cumplió el más grande propósito: amar. En su forma humilde, ella reflejó el amor de Dios”.

Aquí está el núcleo de la respuesta a nuestra pregunta: Dios nos creó por amor y para amar.

El Catecismo de la Iglesia Católica lo expresa de manera bellísima:

“Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad creó libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada” (CIC 1).

No somos creados por obligación, ni por casualidad. Fuimos creados por un Dios que es amor (1 Jn 4,8) y que desea que vivamos en ese amor.

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Fuente: Pexels

Tres grandes propósitos de tu vida

A lo largo de mi vida sacerdotal, he enseñado a los jóvenes en catequesis y a los adultos en retiros que la pregunta “¿para qué estoy en este mundo?” tiene una respuesta clara en tres dimensiones:

a) Conocer a Dios

No podemos amar lo que no conocemos. Estás aquí para conocer a Dios, descubrir su rostro, dejarte sorprender por Él. Esto no significa memorizar dogmas, sino cultivar una relación viva con el Señor.

En una ocasión, acompañando a una comunidad en misión, conocí a una abuelita analfabeta que rezaba el Rosario con una devoción inmensa. Alguien le preguntó:
—“¿Cómo puede usted conocer a Dios si ni siquiera sabe leer la Biblia?”.
Ella respondió:
—“Hijo, yo no sé leer letras, pero sé leer la vida. Cada día descubro a Dios en mi nieto que sonríe, en el pan que no falta, en la lluvia que moja la tierra. Y eso me basta”.

Conocer a Dios es abrir los ojos a su presencia en lo cotidiano.

b) Servir a los demás

Jesús nos lo dijo claramente:

“El Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10,45).

Estamos en este mundo para hacer de nuestra vida un don. No se trata de grandes obras necesariamente, sino de pequeños gestos: escuchar, acompañar, dar una palabra de aliento.

En mi parroquia había una mujer llamada Doña Teresa. Nunca la vi dar un discurso ni ocupar un cargo, pero siempre estaba disponible para visitar enfermos. Ella entendió que servir es el lenguaje del amor.

c) Ser feliz con Él

Algunos piensan que Dios es un aguafiestas, que la vida cristiana está llena de prohibiciones. ¡Nada más lejos de la verdad! Dios quiere que seamos felices, y esa felicidad empieza aquí en la tierra y se consuma en la eternidad.

San Agustín lo expresó con una frase inmortal:

“Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

El sufrimiento y el propósito

Seguramente te estarás preguntando: “Padre, ¿y qué pasa con el dolor? Si Dios me creó por amor, ¿por qué sufro?”.

El sufrimiento no elimina el propósito, sino que lo purifica. A lo largo de mi ministerio, he visto a enfermos terminales que irradiaban paz, a familias en crisis que aprendieron a unirse más, a personas que encontraron en la cruz un camino de resurrección.

Cristo mismo nos muestra que el sufrimiento no es el final:

“En el mundo tendrán tribulación; pero ¡ánimo!, yo he vencido al mundo” (Juan 16,33).

Vivir con sentido: ¿qué hacer hoy?

Después de todo lo que hemos reflexionado, quiero dejarte algunas claves concretas para vivir tu propósito:

Ora cada día: Dedica unos minutos a hablar con Dios y escucharle.

Descubre tus talentos: Todo lo que eres es un regalo para servir.

Haz el bien sin mirar a quién: Los actos de amor dan sentido a la vida.

Lee la Palabra: Allí encontrarás tu identidad y tu misión.

Busca comunidad: Nadie se salva solo, necesitamos caminar con otros.

Tu vida es un regalo

Hermano, hermana: tu vida no es un accidente. Estás en este mundo porque Dios lo quiso, porque te ama y porque tiene un propósito para ti. Ese propósito se resume en tres palabras: conocer, servir y amar.

La próxima vez que te preguntes “¿para qué estoy en este mundo?”, recuerda estas palabras de Jesús:

“Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (Juan 10,10).

No estás aquí para sobrevivir, sino para vivir plenamente. Y esa plenitud está en Cristo.

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