San Josafat
San Josafat, arzobispo y mártir del siglo XVII, es uno de los grandes testigos del anhelo de Cristo: “Que todos sean uno” (Jn 17,21). Su vida fue una entrega total a la unidad de la Iglesia, marcada por la oración, el ayuno, la predicación incansable y, finalmente, el martirio a manos de quienes se oponían a la reconciliación entre católicos y ortodoxos.
San Josafat es el primer santo oriental canonizado por Roma después del Gran Cisma de Oriente, y su sangre derramada fue semilla de comunión. Su memoria nos recuerda que la unidad de los cristianos no es un lujo, sino una urgencia evangélica.
Biografía de San Josafat
San Josafat nació hacia el año 1580 en Vladímir-Volinski (actual Ucrania), en una familia ortodoxa de rito bizantino. Su nombre de pila era Juan Kuncewicz. Desde joven mostró una profunda inclinación a la vida espiritual, y a pesar de las tensiones religiosas de su tiempo, fue tocado por la gracia de la unidad.
Cuando aún era adolescente, su búsqueda de la verdad lo llevó a abrazar la Iglesia Católica en comunión con Roma, manteniendo el rito bizantino. Ingresó en el monasterio basiliano de la Santa Trinidad en Vilna (Lituania), donde tomó el nombre religioso de Josafat.
Destacó rápidamente por su austeridad, su vida de oración, su caridad ardiente y su deseo de reconciliar a sus hermanos ortodoxos con la Iglesia romana, sin renegar de su identidad espiritual ni de sus tradiciones litúrgicas orientales.
Fue ordenado sacerdote y más tarde nombrado arzobispo de Polotsk, en una región de tensiones crecientes entre ortodoxos y católicos. Desde ese puesto, San Josafat trabajó con firmeza y mansedumbre por la unidad, promoviendo el estudio, la catequesis, la belleza litúrgica y el testimonio de vida.
Su labor dio frutos, pero también provocó odio entre sectores radicales que veían en él una amenaza. Finalmente, el 12 de noviembre de 1623, fue asesinado brutalmente por una turba mientras visitaba la ciudad de Vitebsk. Su cuerpo fue arrojado al río, pero más tarde recuperado y venerado como reliquia.
Fue canonizado en 1867 por el Papa Pío IX, quien lo propuso como modelo de ecumenismo y de fidelidad al Evangelio en medio de la división.
¿Cuándo se celebra San Josafat?
La fiesta litúrgica de San Josafat se celebra el 12 de noviembre, día de su martirio. Es una fecha de profundo significado espiritual, porque conmemora no solo la muerte de un santo, sino el sacrificio de un hombre que ofreció su vida para que la Iglesia sea una.
Hoy, San Josafat es patrono de la unidad entre los cristianos, especialmente entre católicos y ortodoxos, y su intercesión es invocada en todos los esfuerzos por la reconciliación ecuménica.
San Josafat, mártir por la unidad
El testimonio de San Josafat es profundamente actual. En un mundo y una Iglesia donde muchas veces se privilegia la confrontación sobre el diálogo, él nos enseña que la unidad no se logra con imposiciones ni ideologías, sino con humildad, oración, sacrificio y caridad.
Josafat no buscó eliminar las tradiciones orientales, sino reconciliarlas con la plenitud católica. Su espiritualidad estaba enraizada en la liturgia bizantina, en la veneración de la Virgen, en el ayuno, en la oración contemplativa y en el amor ardiente a la Eucaristía.
Fue un puente entre dos mundos, y su sangre fue semilla de comunión. Por eso, su figura no es solo patrimonio de la Iglesia oriental o romana, sino modelo para toda la Iglesia universal.
Oración a San Josafat
San Josafat, mártir de Cristo y apóstol de la unidad, tú que ofreciste tu vida por la reconciliación entre los cristianos, intercede hoy por nosotros.
Tú que viviste la belleza del rito bizantino y la fidelidad a Roma, enséñanos a vivir en comunión sin uniformidad, en amor sin imposición, en verdad sin violencia.
Ruega por la Iglesia dividida, por los hermanos separados, por los que han perdido el deseo de unidad. Inspira a los pastores, a los teólogos, a los fieles laicos a trabajar con paciencia, humildad y fe por el día en que todos los que creemos en Cristo comamos del mismo pan y bebamos del mismo cáliz.
San Josafat, tú que perdonaste a tus asesinos, alcánzanos un corazón libre de odio, capaz de tender la mano al otro. Que tu sangre derramada no sea en vano, y que pronto veamos una Iglesia reunificada, glorificando al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.