Novena a San Francisco de Asís

Novena a San Francisco de Asís

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¡Bienvenidos, almas sedientas de paz y amor, al inicio de esta Novena en honor a San Francisco de Asís!

Detengámonos un instante en el ajetreo del mundo para permitir que una luz humilde y poderosa ilumine nuestros corazones: la del Poverello de Asís. Francisco no solo predicó el Evangelio, sino que lo encarnó con una alegría y una radicalidad que siguen asombrando y conmoviendo a la humanidad siglo tras siglo. Él nos enseñó que la verdadera riqueza se encuentra en la pobreza, la alegría en la sencillez, y la paz en el amor incondicional a toda la Creación.

Durante estos nueve días, no solo recordaremos sus gestas, sino que caminaremos espiritualmente junto a él. Meditaremos sobre su pasión por Cristo pobre y crucificado, su profunda conexión con la naturaleza (a la que llamaba “hermana”), y su incansable labor por la paz y la reconciliación.

Abrid vuestros espíritus a la gracia. Que la intercesión de San Francisco nos mueva a despojarnos de lo superfluo, a sanar las heridas con ternura, y a vivir con esa alegría serena y contagiosa que solo se encuentra al servir y amar sin medida. Y su ejemplo nos impulse a ser instrumentos de paz en nuestro propio entorno, y a tratar con reverencia a cada criatura, desde el sol hasta el más pequeño de los insectos.

Que esta Novena sea un verdadero encuentro que nos transforme, haciéndonos más humanos, más fraternos y más cercanos al corazón de Dios. ¡Empecemos juntos este camino de fe y de amor!

Oración inicial para todos los días

Oh glorioso San Francisco de Asís, humilde seguidor de Cristo, tú que supiste despojarte de toda riqueza para abrazar la verdadera pobreza del Evangelio, venimos a ti en esta novena para pedir tu intercesión. Alcánzanos la gracia de vivir con sencillez, de reconocer en los demás a nuestros hermanos y de cuidar con amor la obra de la creación que Dios nos ha confiado. Enséñanos a vivir en paz con nosotros mismos, con los demás y con la naturaleza. Danos un corazón puro que busque a Dios en la oración constante y en las obras de misericordia. Que tu ejemplo nos inspire a ser testigos de esperanza en medio de un mundo herido por la violencia, la indiferencia y el egoísmo. Concédenos, San Francisco, la gracia que en esta novena ponemos bajo tu protección. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.

Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal.

Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


Consideraciones para cada día

Día 1 – La pobreza evangélica de San Francisco

Dios dice en su Palabra: “No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y el óxido corroen, y donde los ladrones perforan y roban. Amontonad tesoros en el cielo” (Mateo 6, 19-20).
San Francisco entendió que la riqueza material no trae la verdadera alegría. Desde joven conoció la comodidad y el lujo, pero descubrió que el corazón vacío no se llena con bienes perecederos. Al despojarse de todo, abrazó a Cristo como su única herencia. Hoy, en un mundo obsesionado con el consumo, la apariencia y la acumulación, el testimonio de Francisco nos invita a preguntarnos: ¿qué lugar ocupa Dios en nuestra vida?, ¿qué es lo verdaderamente esencial para vivir con paz y alegría? Ser pobres de espíritu es confiar en la providencia, vivir agradecidos y compartir lo poco o mucho que tenemos. Sigamos a San Francisco en la senda de la libertad interior, aprendiendo que el valor de una vida está en el amor que damos y no en lo que poseemos.
Amén.

Día 2 – San Francisco, hermano de toda la creación

Dios dice en su Palabra: “Todo fue creado por Él y para Él” (Colosenses 1, 16).
Francisco no veía la naturaleza como un simple recurso, sino como una familia que le hablaba de Dios. Llamaba hermanos al sol, al agua, al fuego y a todas las criaturas, porque sabía que todo procede de la misma mano creadora. Hoy, mientras la humanidad destruye bosques, envenena ríos y olvida la dignidad de los animales, su voz resuena con fuerza recordándonos que cuidar la creación es un acto de amor a Dios. Su ejemplo nos invita a vivir una ecología integral: respetar la vida, consumir responsablemente y reconocer que todo está conectado. Que aprendamos de San Francisco a contemplar la grandeza de Dios en lo pequeño, a agradecer por cada criatura y a proteger nuestra casa común para las futuras generaciones.
Amén.

Día 3 – San Francisco, hombre de paz

Dios dice en su Palabra: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5, 9).
En un tiempo marcado por guerras y divisiones, San Francisco se convirtió en un hombre de paz. Se atrevió a cruzar fronteras para dialogar con el sultán de Egipto, demostrando que la paz es posible aun entre culturas y religiones distintas. Hoy, cuando el odio, la violencia intrafamiliar, las guerras y los conflictos sociales desgarran al mundo, necesitamos hombres y mujeres que, como Francisco, sean artesanos de paz. Su vida nos enseña que la paz empieza en el corazón: cuando dejamos el rencor, perdonamos y construimos desde el respeto. Sigamos su ejemplo: no ser sembradores de odio, sino de reconciliación. La paz no es pasividad, es valentía; es decidir amar donde hay odio y tender la mano donde hay división.
Amén.

Día 4 – La fraternidad universal de San Francisco

Dios dice en su Palabra: “Todos vosotros sois hermanos” (Mateo 23, 8).
Francisco descubrió que la verdadera grandeza está en reconocernos como hijos del mismo Padre. Para él no había extranjeros ni excluidos, todos eran hermanos: el rico y el pobre, el sano y el leproso, el creyente y el no creyente. En un mundo marcado por fronteras, prejuicios, racismo y exclusión, su ejemplo nos recuerda que no hay lugar para la indiferencia. Hoy estamos llamados a mirar al prójimo con ojos de fraternidad, sin importar su origen, religión, ideología o condición social. Siguiendo a Francisco, aprendamos a ver en cada rostro un reflejo de Dios, a estrechar manos que parecen lejanas y a derribar muros de división. Solo así construiremos un mundo verdaderamente humano y cristiano.
Amén.

Día 5 – Francisco, hombre de oración

Dios dice en su Palabra: “Orad sin cesar” (1 Tesalonicenses 5, 17).
Francisco no solo hablaba de Dios, vivía en continua relación con Él. Pasaba largas noches en oración, buscando silencio y recogimiento, dialogando con su Señor y escuchando su voz. Gracias a su oración profunda, supo discernir la voluntad de Dios para su vida y para su comunidad. Hoy vivimos en medio de prisas, ruidos y distracciones que nos alejan del silencio interior. Pero la oración es la fuente de paz, la fuerza para amar y el camino para descubrir nuestro propósito. Aprendamos de Francisco a buscar momentos de silencio, a contemplar y a dejarnos transformar por Dios. Si oramos con el corazón abierto, encontraremos serenidad y aprenderemos a amar como Cristo nos amó.
Amén.

Día 6 – Francisco y su amor por los pobres

Dios dice en su Palabra: “Lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mateo 25, 40).
Francisco experimentó una conversión profunda cuando abrazó a un leproso, viendo en él a Cristo mismo. Desde ese momento, su vida se volcó en servir a los más pobres, enfermos y marginados. Hoy, en nuestras calles, encontramos hermanos y hermanas olvidados, que sufren hambre, soledad y desprecio. El ejemplo de Francisco nos llama a no mirar con indiferencia, sino a servir con ternura y compasión. Ayudar a los pobres no es solo dar limosna, es reconocer en ellos la dignidad de hijos de Dios. Sigamos el ejemplo de San Francisco y hagamos de nuestra vida un servicio constante a los más pequeños.
Amén.

Día 7 – Francisco y su amor por la Iglesia

Dios dice en su Palabra: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mateo 16, 18).
San Francisco amó entrañablemente a la Iglesia, a pesar de las debilidades humanas que también veía en ella. Cuando Cristo le pidió: “Repara mi Iglesia”, entendió que no solo debía restaurar un templo físico, sino también renovar la fe de los creyentes. Hoy, muchos critican la Iglesia y la ven con desconfianza, pero Francisco nos enseña que amarla es comprometerse a vivir el Evangelio con fidelidad y alegría. La Iglesia se renueva con el testimonio de cada cristiano que vive con autenticidad. Sigamos el ejemplo de Francisco: amar a la Iglesia, orar por sus pastores y ser nosotros mismos piedras vivas en la construcción del Reino.
Amén.

Día 8 – Francisco y la alegría del Evangelio

Dios dice en su Palabra: “Estad siempre alegres en el Señor” (Filipenses 4, 4).
Aunque vivió en pobreza, enfermedad y sufrimiento, Francisco irradiaba alegría. Esa alegría no venía de lo material, sino de su encuentro profundo con Cristo. Su gozo era contagioso y atraía a muchos a seguir el camino del Evangelio. Hoy, en una sociedad marcada por la tristeza, la ansiedad y la desesperanza, necesitamos cristianos alegres que vivan su fe con entusiasmo y esperanza. La alegría cristiana es un signo de credibilidad, porque muestra que el amor de Dios llena nuestra vida. Aprendamos de Francisco a sonreír aun en medio de la dificultad, porque sabemos que Dios nunca abandona a sus hijos.
Amén.

Día 9 – Francisco, testigo de la cruz

Dios dice en su Palabra: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mateo 16, 24).
San Francisco, por su gran amor a Cristo, recibió en su cuerpo las llagas de la Pasión. Aceptó la cruz no como un castigo, sino como un don de unión plena con su Señor. Hoy, cuando el dolor y la enfermedad parecen sin sentido, su vida nos enseña que la cruz, abrazada con fe, se convierte en fuente de vida y esperanza. Todos tenemos cruces: problemas familiares, dificultades económicas, enfermedades o soledades. Sigamos el ejemplo de San Francisco y aprendamos a llevar la cruz con amor, sabiendo que en ella encontramos la gloria de Dios y la certeza de la resurrección.
Amén.


Gozos a San Francisco de Asís


Oh Francisco bendito, hermano fiel,
guíanos siempre al amor de Emmanuel.
Amigo de pobres, ejemplo de paz,
con vida sencilla nos sabes guiar.

 Oh Francisco bendito, hermano fiel,
guíanos siempre al amor de Emmanuel.
 Hermano del viento, del sol y del mar,
enséñanos juntos la tierra a cuidar.

 Oh Francisco bendito, hermano fiel,
guíanos siempre al amor de Emmanuel.
 Fiel imitador de Cristo Jesús,
concede a tu pueblo esperanza y luz.

 Oh Francisco bendito, hermano fiel,
guíanos siempre al amor de Emmanuel.


Consagración a San Francisco

Oh glorioso San Francisco de Asís, hoy me consagro a ti con fe y devoción. Tú que seguiste a Cristo pobre y humilde, recibe mi vida como ofrenda sincera. Te consagro mi mente para que piense siempre en Dios, mi corazón para que ame con generosidad, mis manos para que sirvan a los pobres y necesitados, y mis labios para que proclamen la paz.

Enséñame a vivir en sencillez y desprendimiento, a no buscar honores ni riquezas, sino la verdadera riqueza del Evangelio. Haz que aprenda a mirar la creación con gratitud, a reconocer en cada ser humano un hermano, y a vivir la fraternidad sin fronteras.

Te entrego mis dolores y alegrías, mis luchas y mis esperanzas, para que me acompañes en el camino hacia Cristo. Intercede por mí, San Francisco, para que mi vida sea siempre un reflejo del amor de Dios. Que, como tú, yo también pueda ser un instrumento de paz, alegría y esperanza en el mundo.

Amén.


Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


Oración final

Glorioso San Francisco de Asís, gracias por tu ejemplo de amor, fe y entrega. Te pedimos que nos acompañes en el camino de cada día, para vivir con alegría el Evangelio, servir con humildad y confiar plenamente en Dios. Alcánzanos la gracia de vivir con paz, de cuidar la creación, de amar a los pobres y de mantenernos fieles en la cruz. Que tu intercesión nos sostenga siempre en el amor del Señor.
Amén.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo;

bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores,

ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén.

Dulce Madre, no te alejes, tu vista de mí no apartes, ven conmigo a todas partes y nunca solo me dejes. Y ya que me proteges tanto como verdadera Madre, haz que me bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.

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