Novena a Santa Teresita del Niño Jesús

Novena a Santa Teresita del Niño Jesús

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La Novena a Santa Teresita del Niño Jesús es un camino de oración profunda y de fe que nos invita a acercarnos a una de las santas más queridas y accesibles de la Iglesia Católica. Santa Teresita, o Santa Teresa de Lisieux, fue una monja carmelita descalza que vivió en el siglo XIX y que, a pesar de su corta vida y su clausura, dejó un legado espiritual inmenso conocido como la “Pequeña Vía” o el “Caminito”.

Esta Novena no es solo una serie de oraciones; es una meditación de nueve días sobre su vida, su mensaje de confianza inquebrantable en la misericordia de Dios y su ardiente deseo de ser un instrumento de amor. Teresita creía que la santidad no estaba reservada para grandes obras o hazañas, sino que se encontraba en la fiel y amorosa realización de los pequeños deberes de cada día, ofreciéndolos a Dios con un corazón de niño.

¿Qué celebramos en esta Novena?

Al rezar esta Novena, nos unimos espiritualmente a la “lluvia de rosas” —la promesa de Santa Teresita de enviar favores y gracias del cielo—, buscando:

  1. Aprender la Pequeña Vía: Nos enseña a acoger nuestra propia pequeñez y debilidad, confiando plenamente en Dios como un niño confía en su padre.
  2. Pedir su intercesión: Santa Teresita es conocida como la Patrona de las Misiones (a pesar de nunca haber salido del convento) y por su poderosa intercesión en la obtención de gracias. Muchos devotos atestiguan haber recibido la gracia específica que pidieron, a menudo acompañada de una “rosa” como signo de que la oración ha sido escuchada.
  3. Renovar el amor a Dios: Nos inspira a amar a Jesús con un amor puro y desinteresado, transformando los actos ordinarios en extraordinarios gestos de amor.

Durante estos nueve días, abramos nuestro corazón para recibir su enseñanza y para experimentar la alegría de vivir con una confianza total en el amor de Dios. Que esta Novena sea un encuentro personal con el amor de Jesús a través de los ojos de su pequeña flor, Teresita.


Oración inicial para todos los días

Espíritu Santo, fuente de toda santidad, que encendiste en el corazón de Santa Teresita del Niño Jesús el fuego de un amor ardiente y sencillo, ven también a nosotros que hoy elevamos nuestra súplica. Tú la guiaste a descubrir que la santidad no consiste en acciones extraordinarias, sino en vivir con amor cada instante, cada sacrificio, cada palabra y cada silencio.

Tú le diste la sabiduría para comprender que el camino seguro al cielo es la infancia espiritual: confiar en Dios como un niño en brazos de su Padre, sabiendo que todo es gracia.

Hoy te pedimos, oh Espíritu divino, que infundas en nosotros esa misma confianza y abandono. Enséñanos a ofrecer nuestras pruebas y alegrías con amor, a descubrir en lo pequeño la grandeza del Evangelio, y a vivir con alegría aún en medio del sufrimiento.

Haz que Santa Teresita nos acompañe como hermana y maestra, y que, siguiendo su “caminito”, sepamos llegar hasta ti, que eres la eterna felicidad. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.


Consideraciones diarias

Día 1 – La confianza ilimitada en el amor de Dios

Dios dice en su Palabra: “Aunque una madre se olvidara de su hijo, yo no te olvidaré” (Isaías 49,15).

La vida de Santa Teresita es un canto a la confianza. Ella comprendió que Dios es Padre y que su amor no tiene límites. Incluso cuando experimentaba sequedad en la oración o sufrimiento interior, se repetía a sí misma: “Dios es mi Padre y yo soy su hija pequeña; Él nunca me abandonará”.

En nuestra vida diaria muchas veces dudamos, sobre todo cuando caemos en el pecado, cuando nos sentimos frágiles o cuando las pruebas nos sobrepasan. Sin embargo, Teresita nos enseña a no dejarnos vencer por la desconfianza. Ella decía: “Aunque hubiera cometido todos los pecados del mundo, seguiría confiando en la misericordia de Dios”.

Hoy aprendemos que la verdadera fuerza espiritual no está en nosotros mismos, sino en descansar en el amor fiel del Padre. Si dejamos que esa certeza penetre en el corazón, nunca tendremos miedo, porque sabemos que siempre habrá un abrazo esperándonos.

Pidamos la gracia de vivir en confianza absoluta, aún en la oscuridad, convencidos de que Dios nunca nos olvida. Amén.

Día 2 – La pequeñez como camino de santidad

Dios dice en su Palabra: “Si no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los cielos” (Mateo 18,3).

Santa Teresita descubrió que su debilidad y fragilidad no eran obstáculos para llegar a Dios, sino el puente por el cual Él podía manifestar su misericordia. Ella no buscaba brillar ni aparecer, sino simplemente hacerse pequeña y dejarse amar.

En su “Historia de un alma” confiesa que se veía como un niño que no puede subir una escalera, y que entonces pide a su Padre que lo tome en brazos. Así veía su relación con Dios: no como un esfuerzo agotador para conquistar la santidad, sino como un abandono confiado en la ternura del Padre.

Hoy, en un mundo que valora el poder, la autosuficiencia y el éxito, la lección de Teresita es profética: el camino del Evangelio es el de los pequeños, los humildes, los que se saben necesitados.

Pidamos al Señor que nos libre del orgullo, de la autosuficiencia, y que aprendamos a caminar como niños confiados en su amor. Amén.

Día 3 – Amar en lo ordinario

Dios dice en su Palabra: “Todo lo que hagan, háganlo con amor” (1 Corintios 16,14).

La santidad de Santa Teresita no estuvo marcada por grandes gestas externas, sino por el amor con que vivía cada detalle de la vida conventual. Sabía sonreír cuando estaba cansada, servía en silencio cuando nadie lo veía, soportaba las dificultades de la comunidad con paciencia y ofrecía pequeños sacrificios sin alardes.

Su secreto era hacer todo “por amor a Jesús”. Desde recoger un alfiler hasta soportar una humillación, todo lo transformaba en un acto de amor.

Hoy, en un mundo que busca resultados visibles y éxito externo, ella nos enseña que lo que cuenta no es la magnitud de la acción, sino el amor con que se hace. En la familia, en el trabajo, en la comunidad, lo ordinario puede convertirse en extraordinario cuando lo ofrecemos a Dios.

Pidamos aprender a vivir con amor lo pequeño y cotidiano, sabiendo que allí se juega nuestra santidad. Amén.

Día 4 – La cruz aceptada con amor

Dios dice en su Palabra: “El que quiera seguirme, que tome su cruz cada día y me siga” (Lucas 9,23).

La vida de Santa Teresita estuvo marcada por la enfermedad, especialmente en los últimos años, cuando la tuberculosis consumía su cuerpo joven. Sin embargo, nunca vio el sufrimiento como un castigo, sino como una oportunidad de unirse a Cristo crucificado.

En su lecho de dolor repetía: “Todo es gracia”. Aceptaba la cruz con serenidad, sabiendo que era el camino por el cual su alma se unía más íntimamente al Esposo divino.

Hoy nosotros también llevamos cruces: enfermedades, problemas familiares, angustias, incertidumbres. Con frecuencia las vivimos con rebeldía o desesperanza. Pero Teresita nos invita a abrazarlas con fe, transformándolas en ofrenda de amor.

Pidamos al Señor la gracia de llevar nuestras cruces no con resignación amarga, sino con confianza alegre, sabiendo que en ellas encontramos al mismo Cristo. Amén.

Día 5 – Misionera sin fronteras

Dios dice en su Palabra: “Vayan y hagan discípulos a todas las naciones” (Mateo 28,19).

Aunque nunca salió del convento, Santa Teresita tuvo un ardiente espíritu misionero. Ofrecía oraciones y sacrificios por los misioneros, escribía cartas para animarlos, y deseaba llevar a Cristo a todos los pueblos del mundo.

Su testimonio nos recuerda que la misión no se limita a quienes viajan a tierras lejanas, sino que comienza en el corazón de cada bautizado. Todos podemos ser misioneros desde nuestra realidad: en la familia, en el trabajo, en la parroquia, a través de la oración y del testimonio de vida.

Pidamos a Santa Teresita que nos dé un corazón misionero, capaz de orar y sacrificarse por la evangelización del mundo, y de testimoniar con alegría nuestra fe en cada ambiente. Amén.

Día 6 – El amor filial a María

Dios dice en su Palabra: “Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada” (Lucas 1,48).

Teresita veía en la Virgen María no solo a la Reina poderosa, sino sobre todo a la Madre cercana y tierna. En su vida, María era la compañera fiel que la conducía siempre a Jesús.

Para ella, María no era inaccesible ni lejana, sino sencilla, humilde y cercana a cada hijo que la invoca. De hecho, decía que lo que más admiraba de la Virgen no eran los privilegios extraordinarios, sino su sencillez y su fe cotidiana.

En nuestro tiempo, cuando muchos sienten la fe como pesada o complicada, Teresita nos recuerda que tenemos una Madre que nos guía con ternura.

Pidamos a Santa Teresita aprender de ella a amar y confiar en María, como hijos pequeños que se saben siempre bajo su manto. Amén.

Día 7 – El amor a la Eucaristía

Dios dice en su Palabra: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo” (Juan 6,51).

En la Eucaristía, Santa Teresita encontraba su fuerza, su alegría y su paz. Cada comunión era para ella un encuentro íntimo con Jesús, donde renovaba su entrega total.

Decía que, en la Hostia, Jesús se hace tan pequeño como para caber en nuestro corazón, y que esa humildad de Cristo era modelo de la pequeñez que ella misma buscaba vivir.

Hoy nosotros, tantas veces distraídos en la misa o rutinarios en la comunión, necesitamos aprender de Teresita el fervor eucarístico. Ella nos enseña a acercarnos al altar con amor, gratitud y asombro, sabiendo que allí Cristo mismo se nos entrega.

Pidamos vivir con fe profunda la Eucaristía y que cada comunión sea un momento de auténtica transformación interior. Amén.

Día 8 – La oración como diálogo de amor

Dios dice en su Palabra: “Oren sin cesar” (1 Tesalonicenses 5,17).

Para Santa Teresita, orar no era complicarse con fórmulas largas, sino hablar con Dios como un niño con su Padre. Su oración era un desahogo del corazón, un diálogo confiado, un silencio lleno de amor.

Incluso en medio de las ocupaciones o de la sequedad espiritual, se mantenía en actitud de confianza y cercanía con Dios. Su oración no dependía de sentimientos sensibles, sino de la certeza de que Dios la escuchaba siempre.

En nuestra vida moderna, tan agitada y ruidosa, corremos el riesgo de olvidar la oración. Pero ella nos recuerda que basta abrir el corazón y hablar con sencillez a Dios para estar en comunión con Él.

Pidamos a Santa Teresita que nos enseñe a vivir en constante oración, transformando cada instante en un acto de amor a Dios. Amén.

Día 9 – La esperanza en el cielo

Dios dice en su Palabra: “La corona de la vida les dará el Señor a los que lo aman” (Santiago 1,12).

En su lecho de muerte, Santa Teresita decía con paz: “No muero, entro en la vida”. Su confianza en la eternidad era tan grande que prometió: “Pasaré mi cielo haciendo el bien en la tierra”.

Desde entonces, millones de fieles en todo el mundo han recibido gracias por su intercesión, como una verdadera lluvia de rosas. Su esperanza en la vida eterna nos consuela a nosotros, que muchas veces tememos la muerte o nos apegamos demasiado a lo pasajero.

Ella nos invita a vivir con los ojos puestos en el cielo, recordándonos que la muerte no es el final, sino el inicio de la plenitud junto a Dios.

Pidamos la gracia de vivir siempre con esperanza, sabiendo que nuestra meta definitiva es el cielo, donde nos espera el abrazo eterno del Padre. Amén.


Gozos a Santa Teresita


Gloriosa Teresita, florecita de Jesús,
condúcenos al cielo por tu senda de luz.
De niña confiaste en el amor divino,
haz que en nuestras almas reine ese camino. 

Gloriosa Teresita, florecita de Jesús,
condúcenos al cielo por tu senda de luz.
En lo pequeño hallaste la santidad,
enséñanos la senda de la simplicidad.

Gloriosa Teresita, florecita de Jesús,
condúcenos al cielo por tu senda de luz.
Hoy desde el cielo envías rosas de consuelo,
derrama sobre el mundo la paz que viene del cielo.

Gloriosa Teresita, florecita de Jesús,
condúcenos al cielo por tu senda de luz.


Consagración a Santa Teresita

Oh Santa Teresita del Niño Jesús, pequeña y grande a la vez, hoy me entrego a ti con corazón sincero. Deseo recorrer contigo el camino de la infancia espiritual, hecho de confianza total en Dios y de amor en lo pequeño.

Recibo tu enseñanza como una luz en mi caminar: que la verdadera santidad está en vivir con amor cada instante. Te consagro mi vida, mis pensamientos, mis palabras y mis obras. Enséñame a no buscar grandezas, sino a abandonarme en los brazos del Padre.

Sé mi hermana, mi amiga y mi guía en la senda hacia el cielo. Ruega por mí y por todos los que llevo en el corazón, para que un día podamos juntos gozar de la gloria eterna. Amén.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.


Oración final

Señor, te damos gracias por el regalo de Santa Teresita del Niño Jesús, testigo luminoso de tu amor misericordioso. Ella nos enseñó que lo pequeño puede ser grande, que la debilidad puede ser fuerza, que el sufrimiento puede transformarse en amor y que la confianza en Ti nunca defrauda.

Te pedimos, por su intercesión, que derrames sobre nosotros la gracia de vivir con sencillez, alegría y confianza. Que aprendamos a ofrecerte cada instante como un acto de amor y a caminar seguros hacia la eternidad.

Haz que también nosotros podamos, como Teresita, ser instrumentos de tu amor en medio del mundo y dejar tras de nosotros una huella de fe, esperanza y caridad. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo; bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

Dulce Madre, no te alejes, tu vista de mí no apartes;
ven conmigo a todas partes y nunca solo me dejes.
Ya que me proteges tanto como verdadera Madre,
haz que me bendiga el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Amén.


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